"Luciernagas"
Caminaba con paso cansado aunque decidido, nada distraía su atención.
En el tronco de un árbol platanero de la Corredera Capuchinos habían pegado una esquela mortuoria.
-Por favor ¿Para ir al Santuario de la Virgen de la Cabeza? -Había detenido su paso ,preguntaba a un hombre que miraba las negras letras. -¡Noventa y cuatro años! Yo la conocí, no ha nacido mujer más mala en Andujar. ¡A descansar, tú y todos! -Hasta ahora no se había percatado de la presencia del caminante, menos había oído la pregunta.
-Quiero ir a la Virgen de la Cabeza, ¿voy bien por
aquí?
Se quedó mirándolo, ¿de dónde había salido semejante sujeto? Sin hacer mucho caso contestó. –Vas bien.
-Muchas gracias. -Se alejaba dejando un rastro de misterio y preguntas. Sería por eso por lo que el que leía la esquela se apresuró a seguirle.¡Oiga, oiga! -ya le había alcanzado. Este es el camino de la carretera, hay otro más corto, el Camino Viejo.
Me da igual largo que corto –respondió con una sonrisa de terroncillos de azúcar. –Vengo andando desde Almería .-¡Desde Almería andando! ¡Madre mía!
-Sí, por eso me da igual un poco más de distancia, ya me queda muy poco.
-Se te hará de noche, te cogerá la noche en la sierra. En la sierra está la Virgen, nada me pasará.
Gracias por tu preocupación.
El peregrino le intrigaba, ¿qué historia escondería para hacer tan loca promesa? -Me llamo Eufrasio, si quieres te puedo acompañar un poco, te diré por donde puedes llegar antes, donde puedes beber agua.
El gesto se lo agradecieron los calenturientos desiertos de Tabernas, la luminosidad de la gran Sierra Nevada, la fresca risa de los ríos, todo lo que el peregrino traía prendido en la mirada.
Caminaban por la calle Los Hornos, Eufrasio le quería guiar por los caminos de herradura. Había decidido enterarse qué era lo que arrastraba al peregrino para hacer un camino tan largo; no iría al entierro de aquella conocida tan mala.
El sol del otoño, también como otro dorado fruto maduro, se caía lentamente en el cielo hasta la tierra del horizonte. Eufrasio sintió un escalofrío, la noche se acercaba. Miró al cielo -No habrá luna -dijo. Tras un corto trayecto tocó al peregrino en el hombro.-
Tengo que volver, ya es muy tarde. -¡Cuánto te agradezco tu compañía! Si alguna vez
nos encontramos y necesitas mi ayuda, no dudes que
estaré a tu lado. Los pies llenos de caminos del romero se habían detenido, siempre lo hacían para contemplar las cosas buenas que palpaban, para agradecer que estuvieran allí.
-Antes de irme, -Eufrasio estaba emocionado -me gustaría saber qué te ha pasado, porqué hashecho esta promesa de venir andando desde tan lejos. -No, no me ha pasado nada, Eufrasio, nada. Tenía ganas de venir. Sí, es verdad, que soñé que era una
luciérnaga.
-¡Qué eras una luciérnaga! -gritó con los ojos muy
abiertos, incrédulo.
-Una luciérnaga en una noche muy oscura. –El peregrino cerraba los ojos al hablar, acercándose a su recuerdo. -Un punto tembloroso de luz. Me emocioné
mucho. ¡Ya me gustaría a mí ser una luciérnaga, una luciérnaga por los caminos de la Virgen de la Cabeza! Si la rabia, el odio, la maldad, se pudieran poner en una cara, estarían en la de Eufrasio. Si se pudieran poner en un dedo, estarían en el de Eufrasio.
Dedo que señalaba.-Allí, ve por allí. -Señalaba, el brazo extendido y cargado de resentimiento, caminos peligrosos de ocultos barrancos. -Vete por allí, ya queda poca luz.
Se volvió furioso, no se paró a meterse en el abrazo que el peregrino de Almería le ofrecía; lo hizo la luz, desde una nube un último golpe de arrebol fue a pintar con un último beso los brazos del caminante.Eufrasio, lleno de desprecio, regresaba presuroso.
Por culpa de un loco había perdido el tiempo, no había ido al entierro, se había hartado de andar inútilmente. Anadie podía contar aquello. ¡Qué pena que ya no hubiera lobos! Lo hubiera guiado a las madrigueras para que se lo comieran.
La noche no podía ser más oscura, ni una hebra de luz, ni una pepita en el cedazo del cielo. El peregrino, siguiendo las indicaciones de Eufrasio, camina confiado; si no hubiera encontrado aquel amigo que le indicó la senda hubiera tenido que parar, no se
veía nada, no sabía donde ponía los cansados pies. Pronto sería recompensado, pensaba para darse fuerzas, la Virgen de la Cabeza estaba cerca. Sintió que caía, la oscuridad se lo tragaba, volaba.
Se incorporó lentamente, no debería ser muy grande la altura desde la que cayó porque nada le dolía, es más, ya no se sentía cansado. ¡Luciérnagas! -Exclamó asombrado.
¡Luciérnagas! -Era verdad, miles, millones de luciérnagas bordeaban el sendero, como una carretera de luz, como un río de orillas luminosas. Caminó sobre el brillante temblor, por suelos de algodón, de crisálida. Pronto estaría en el Santuario. Habían pasado muchos años. Eufrasio y su hijo recogían piñas en las faldas de Sierra Morena. Ya quedaba poco trabajo, quedaba poca luz. -¡Mira, coge esa, por lo menos vale un euro ella sola! -bromeaba Eufrasio señalando una hermosa piña. El adolescente fue a por ella, con la mala fortuna que resbaló, rodó por la pendiente hasta que paró chocando con un tronco, un grito desgarrado salió de su garganta.
-¡Hijo mío! ¡Mi niño! ¡Qué no te pase nada! -Gritaba el padre corriendo hasta el tronco. Un reguero de sangre manchaba la tierra como un ocaso maldito. -¡Qué tienes! -El niño
no se movía, una rama se había clavado en su pierna, de donde salía la sangre a borbotones. ¡No, no! –gritaba Eufrasio corriendo con el niño en brazos, marcando con sangre el camino, quedaba poca luz.
Llegó hasta el coche, lo llevaría al hospital, su hijo no podía morir, su cara era lo único que iba quedando blanco en aquella hora negra. -¡Las llaves! –Había perdido las llaves del coche. Loco corrió a buscarlas, sin soltar al muchacho, apretándolo con su alma quería sujetar la vida que se le escapaba. Con una increíble fuerza y agilidad escudriñaba el suelo, los matojos, levantaba piedras, se arrodillaba separando los débiles brotes. No estaban, las llaves no aparecían. De nuevo comenzaba a buscar; no, allí ya había estado, la sangre en el suelo se lo decía, por todos sitios había buscado, por todos sitios había sangre. Ya era de noche, sólo se oía el quebrarse las ramas con sus pasos locos, el jadeo de su respiración, los aldabonazos lúgubres de su corazón llamando a
su garganta para desde allí gritar a la sierra por las llaves. Y otra vez volvía, las manchas de sangre se lo estaban diciendo, las llaves deberían estar allí, no,las espesas gotas caían ya unas sobre otras poniendo más rojo sobre lo rojo. Nada se veía, pocas noches eran tan oscuras como aquella, en los troncos de los pinos había pegadas esquelas mortuorias con el nombre de su hijo. ¡Como huele a sangre! ¡Como huele a
negro la noche! Estaba derrotado, con el flácido cuerpo del chiquillo apretado en su pecho lloraba mirando al suelo, viendo llaves que cuando las quería coger desaparecían.
Vencido se arrodilló. ¿Una estrella? ¿Es que había bajado una estrella? ¿Es en una estrella donde viajan los niños que se mueren? ¿Es que hay estrellas en el suelo? Un manotazo tembloroso le limpió los ojos -¡Una luciérnaga! No era una estrella, una
luciérnaga agitaba su luz como un faro en un pequeño océano. Apartó la hierba para verla mejor, para dar un poco de luz. Sus dedos toparon con las ansiadas llaves.
A Eufrasio le gustaba ir a aquel paraje. Nadie lo entendía, su hijo había estado a punto de morir entre aquellos barrancos y parecía que al padre le gustaba rememorar aquellas horas amargas. Si le preguntaban respondía que allí había luciérnagas. Siempre
que podía allí se desplazaba, era el mismo lugar donde hacía muchos años se encontraron el cuerpo despeñado de un peregrino de Almería.•